Por Marysol Morán Blanco, Directora Ejecutiva de la Asociación Nacional de Abogados de Empresa, Colegio de Abogados (ANADE) México y cofundadora de la Alianza Latinoamericana para la Innovación Legal (ALIL).
En el sector económico empresarial, adaptarse a un entorno altamente disruptivo y competitivo ya no es una opción: es una cuestión de supervivencia. Esta lógica aplica con igual fuerza al ecosistema legal latinoamericano, donde la transformación digital ha dejado de ser una promesa futura para convertirse en una urgencia presente.
La pregunta ya no es si debemos innovar, sino cuándo y dónde lo haremos. Como bien dicen los especialistas en ciberseguridad: no se trata de si sufrirás un ataque, sino de cuándo ocurrirá y qué tan preparado estarás para responder. Afortunadamente, la innovación legal no es (o no siempre) tan catastrófica como un ciberataque. Pero sí exige una respuesta estratégica, proactiva y humana. Porque al final del día, innovar significa ofrecer mejores servicios a nuestros clientes y una mejor calidad de vida laboral a nuestros equipos; eso se traduce en personas más felices.
Vivimos en la era de la omnicanalidad. Como en la película Todo en todas partes al mismo tiempo, el sector legal enfrenta un dinamismo apabullante. ¿Estamos adaptando nuestras estrategias de negocio a esta nueva realidad? ¿O seguimos aplicando viejas reglas a un mundo postpandemia que ya no las reconoce? El mundo cambió, y quien lo siga viendo con los ojos del ayer está destinado a transitar de forma tortuosa el camino de la evolución.
Un estudio reciente de KPMG, Panorama de la innovación en México y Centroamérica 2025, revela que en modelos centrados en el contacto directo con el cliente —como el servicio jurídico— la tecnología se vuelve indispensable. Y no basta con adoptarla: debe desarrollarse desde el interior de las organizaciones, permitiendo ajustes inmediatos y configuraciones personalizadas que fortalezcan el vínculo con el cliente. Esto genera relaciones más significativas, que bien gestionadas, producen lealtad. Y la lealtad, en el sector legal, se traduce en prestigio: el activo intangible más valioso hoy en día.
Pero hay errores comunes que siguen frenando la innovación en nuestra región. El más grave: no entender que estos cambios comienzan con las personas. Si el liderazgo no está convencido, no hay transformación posible. También es urgente abrir la mente a otras disciplinas. El mundo es un sistema interconectado, y el derecho no puede seguir operando en aislamiento.
Para avanzar hacia una cultura legal más humana, eficiente e inclusiva, debemos abandonar la lógica del perfeccionismo paralizante. Innovar implica permitir errores, experimentar en entornos de incertidumbre y aprender en el proceso. La ética, lejos de ser un obstáculo, es un buen negocio. Y la inteligencia artificial, bien utilizada, puede ser una aliada poderosa si está permeada por principios éticos sólidos.
Estamos en la época de la audacia, y el sector legal tiene todo para ser protagonista —si se atreve a evolucionar.