La relación entre un cliente y su abogado está basada en la confianza mutua. Cuando esta desaparece, es normal que quien está pagando por un servicio opte por la resolución de contrato y prefiera buscar otro profesional que le ayude a resolver sus asuntos legales. Es una situación complicada ante la que un jurista debe saber cómo reaccionar.
Cuando un cliente decide encargar la llevanza de sus temas legales a un abogado se firma un contrata de prestación de servicios profesionales.
La regulación de este documento puede variar según el país en el que nos encontremos, pero por influencia del Derecho Romano rige aquí el “intuito personae”, del que se deriva que la contratación del profesional se hace en base a sus conocimientos o experiencia sobre una determinada materia. En este caso, por su experiencia en el ámbito jurídico.
Surgen entonces una serie de obligaciones para las partes. El abogado debe prestar asistencia jurídica, representar a su cliente en los procesos judiciales y realizar todas aquellas tareas a las que se haya comprometido. Por su parte, el cliente está obligado a pagar el precio acordado por los servicios que va a recibir, haciéndolo además en tiempo y forma.
La relación abogado-cliente puede acabar por mutuo acuerdo de las partes, por haberse logrado el objetivo para el que se contrató al jurista o por decisión del propio abogado. Pero en esta ocasión nos vamos a centrar en las razones que pueden llevar a un cliente a decidir romper el contrato de prestación de servicios que le vincula con su abogado.
La más habitual suele ser el incumplimiento de obligaciones por parte del profesional. En algún punto de la relación el cliente ha percibido que no recibe de su letrado la atención que necesita, esto puede ocurrir por diferentes razones:
Todo esto da lugar a que se quiebre la confianza que el cliente ha depositado en el abogado y que, en consecuencia, quiera romper el contrato.
Ningún abogado ni ninguna firma quieren perder clientes, ya que esto supone pérdidas a dos niveles.
Lógicamente, no se puede obligar a un cliente a seguir trabajando con un abogado en el que no confía, pero es importante que antes de dejarlo marchar se obtenga información. Saber exactamente qué es lo que ha pasado y las razones que han llevado al descontento del cliente permitirán aprender de la experiencia y tomar medidas para que la situación no se vuelva a producir en el futuro.
Por tanto, la pérdida de un cliente es algo negativo, pero también supone una oportunidad para aprender y seguir mejorando.