Neuroderechos: confesiones de un converso

Hace unos meses yo mostraba en una columna mi escepticismo respecto a la regulación de los neuroderechos. Ahora, celebro la casi unánime aprobación de la reforma constitucional relativa a los mismos, en la cual tuve una participación importante, lo mismo que en el proyecto de ley sobre neuroderechos actualmente en tramitación. Declaro que soy un converso en esta materia, y esto no es raro, porque sólo los muertos no cambian de opinión, y yo, hasta donde sé, sigo vivo.

En verdad, es una iniciativa importante, puesto que es una de las raras ocasiones en que el legislador toma la delantera en el cambio social y se preocupa de domeñar las consecuencias negativas que la emergencia de nuevas tecnologías podrían provocar. Chile queda en el liderazgo mundial en la materia, y una vez se apruebe la ley de neuroderechos, se convertirá en el modelo a seguir en este tema a nivel continental.

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Ahora bien, existen dos críticas que formulábamos a este proyecto, y que deberíamos examinar ahora que la reforma constitucional está finalmente aprobada. La primera es la poca vida útil que queda a la Constitución actualmente vigente. En efecto, el gran peligro de esta reforma es que sigue siendo similar a contratar un nuevo violinista para la banda del Titanic. Aunque podemos tener una mirada optimista y pensar que la Convención recogerá la idea de reconocer los neuroderechos –en efecto, en la propuesta de reglamento de la comisión de Derechos humanos, se los contempla- tememos por la delicada elegancia que la actual reforma alcanzó, producto de un debate equilibrado con algunos de los expertos más destacados a nivel mundial.

Un segundo tema importante está la deuda pendiente que Chile tiene con la protección de datos de carácter personal. En efecto, aunque la ley 19628 de 1999 fue pionera hace dos décadas en la materia, hoy parece una reliquia en la misma liga que el censo o la anticresis. La necesidad de reformarla resulta evidente, pero el proyecto actualmente en tramitación ha tardado tanto en su aprobación que envejeció y caducó sin jamás ver la luz. Ante esto ha surgido una postura algo extraña que empieza a tomar voz en los medios sociales. No legislar sobre neuroderechos mientras no se apruebe una nueva ley de datos personales. Esta idea es algo ilógica. En el mejor de los casos, implica una suerte de chantaje, que rechaza la posibilidad de regular las nuevas tecnologías mientras no se solucione un aspecto de ellas. Según esta posición, no se puede regular los neuroderechos, ni las plataformas digitales, ni la inteligencia artificial, si primero no se dicta una ley de datos personales. Esta es, desde luego, una postura cómoda para quienes no desean que las plataformas digitales o las neurotecnologías se vean reguladas, pero altamente nociva para el país. En efecto, esta postura puritana que se niega a discutir cualquier reforma legislativa, en la práctica sirve a los intereses de las grandes tecnológicas que extienden sus estructuras de vigilancia y control, mientras los adalides de la pureza de datos atacan a quienes quieren discutir su regulación.

Es cierto que Chile necesita una nueva ley de protección de datos, pero esto no impide que en el intertanto se avance en otras materias igualmente urgentes. Afortunadamente, en la legislación la polimagia se permite.

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