La pandemia del COVID-19 está haciendo evidente algo que se venía asomando desde hace algún tiempo: la educación legal se está quedando atrás.
Todas las escuelas de derecho han debido cerrar sus puertas como consecuencia del distanciamiento físico que exige la pandemia y a las cuarentenas decretadas por la autoridad. Al igual que los tribunales de justicia, las escuelas de derecho se construyen desde lo físico: sus edificios, las salas de clase, la presencia del profesor entorno al cual se reúnen los alumnos e incluso el papel, donde todavía parece estar el conocimiento. La transición al mundo virtual ha sido caótica.
Muchos profesores están aprendiendo a la rápida sobre videoconferencias y, aunque la mayoría está haciendo el mejor esfuerzo, las clases se parecen más a la televisación de un programa de radio que a una clase en formato digital.
Y como si eso no fuera suficiente para entender que este semestre del 2020 (siendo optimista) será un tiempo perdido en la formación de los futuros abogados, los estudiantes deben lidear con un programa añejo, con contenidos irrelevantes y una educación que los sigue obligando a memorizar y estudiar cuestiones que nada aportan a su formación. Y todavía más, se van a titular y enfrentarán un mercado repleto de abogados, con firmas que tienen congeladas sus contrataciones y donde cada día es más difícil hacerse un espacio en las grandes firmas de abogados.
La era digital acelerada por el COVID-19
En la era digital, que hoy nos llegó como una bofetada, donde la colaboración, la capacitación, las habilidades de las personas y el aprendizaje ágil son claves, las escuelas de derecho se han quedado atrás.
No podemos entender la educación legal desconectada del mercado profesional, el que ha cambiado y cambiará aún más después del COVID-19. En un período notablemente corto, hemos transitado desde un mundo donde los abogados eran los amos del mercado y sus ingresos crecían a tasas exhorbitantes, a uno con mayor competencia, clientes más exigentes y menores ingresos.
No es difícil, entonces, entender la inercia de las facultades de derecho. Los abogados también se quedaron atrapados en el recuerdo de tiempos mejores. Los últimos años de la década de los 80 y con mayor fuerza los años 90, fueron años de éxito para la profesión y el número de estudiantes que ingresaban a las escuelas de derecho creció como nunca. Y cuando las cosas van bien, la innovación escasea. La inercia mantuvo programas y asignaturas que venían enseñándose desde hace años. Las facultades de derecho no han logrado alinearse ni adaptarse a un mercado cambiante.
La nueva educación legal
La educación legal, tal como la conocemos, debe dar un paso al costado, y abrir espacio a programas que fomenten el pensamiento crítico y la resolución de problemas, que incentiven la creatividad, la flexibilidad cognitiva y la colaboración. Los programas deben incluir gestión de proyectos, procesos, análisis de datos, diseño, conceptos básicos de negocios, matemáticas, programación, predicción, gestión de riesgos y liderazgo. Las escuelas de derecho deben entender que hoy, conocer la ley ya no es suficiente.
No se trata de subirse a Teams o Zoom para hacer clases, o creerse innovadores al incluir cursos de “derecho y tecnología”, donde el profesor les muestra a los alumnos unos power point repletos de conceptos y hasta la transcripción de artículos de la ley. Hay que combinar el conocimiento legal con otras competencias que nos exige el mundo de hoy.
El COVID-19 es una oportunidad para la educación legal, para que las Universidades transiten hacia el aprendizaje on line y echen abajo antiguos paradigmas en la enseñanza legal. El conocimiento está a un click de distancia y ya no se necesita a profesores que repitan, con mayor o menor talento, los artículos de la ley o los manuales que siguen ahí generación tras generación. Un profesor de derecho procesal debe dejar de exigir que sus alumnos memoricen plazos, para dar paso a una enseñanza práctica, enfrentando al alumno al enfermo como lo hacen las escuelas de medicina, entregándoles herramientas y habilidades para un mundo donde la litigación será on line. El futuro abogado debe ser capaz de resolver el problema de su cliente, no repetirle lo que dice el artículo sobre fuerza mayor del código civil, tan citado por estos días.
El abogado de hoy
Las escuelas de derecho deben alinearse con el mercado para preparar estudiantes para lo que significa ser un abogado hoy. Deben abandonar los programas de 5 años, reimaginar el plan de estudios, la composición del profesorado y diseñar su oferta educativa para entregar una formación continua a lo largo de la vida de los abogados. El mundo cambia y seguirá cambiando exponencialmente. Ya es hora que las escuelas de derecho hagan lo mismo.
Los estudiantes de derecho necesitan aprender habilidades de programación para comprender cómo las tecnologías pueden optimizar su trabajo y facilitar el proceso de prestación de servicios. La educación legal, al igual que la abogacía, se encuentran en un punto de inflexión donde los modelos tradicionales de educación y ejercicio profesional ya no se ajustan a las necesidades cambiantes del mercado.
Ya conocemos la historia de Kodak, compañía fundada por George Eastman, la que en los años 90 estaba entre las 10 mayores compañías de Estados Unidos. Era una empresa altamente innovadora y exitosa, pero fue incapaz de ver con suficiente antelación la velocidad en que las cámaras digitales entraban en el mercado, llevándola a la quiebra el 2012. No vaya a ser que a las escuelas de derecho les pase lo mismo que a Kodak.
Hoy están viviendo su propio “momento Kodak”, y si quieren seguir formando a los abogados del futuro, deberán subirse al mundo digital, y no hacer como hizo Eastman cuando Steve Sasson le mostraba la primera cámara digital en 1978, quien le dijo: “Es linda, pero no se lo cuentes a nadie”. Kodak decidió dejar de lado la cámara digital por temor a que amenazare el negocio de la película fotográfica. Las escuelas de derecho pueden hacerse los ciegos frente a los cambios por temor a que amenacen sus antiguos paradigmas, pero el problema es que el mundo va mucho más rápido que la educación legal.
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